Recados

¿Qué fotografiamos cuando fotografiamos naturaleza?

La respuesta a esta pregunta puede considerase obvia. Animales, plantas, paisajes. Parece ser que hay un consenso en que la foto de una persona o de una ciudad no son fotografía de naturaleza. La foto de un perro o de un gato tampoco entrarían en la categoría naturaleza. ¿Por qué, si uno de los sujetos de ese tipo de fotos son los animales? ¿Por qué quedan fuera perros y gatos, e incluso humanos, aunque compartamos la categoría taxonómica de ser considerados animales? Tal vez alguien podría argumentar que la diferencia está en la domesticación o en la distancia del sujeto fotografiado respecto a la acción humana, pero me interesa guiar la reflexión hacia otro lado, hacia el concepto en sí de naturaleza.

Para esto, me ayudaré inicialmente de una consideración hecha por Erik Swyngedouw, geógrafo y representante de la ecología política. Swyngedouw plantea que “naturaleza” no tiene una definición única e inequívoca, sino que tiene una multiplicidad de sentidos, no necesariamente coherentes entre sí, y que le otorgan entonces una inestabilidad a su significado. Estos sentidos, sin profundizar demasiado, se agruparían en tres grandes grupos[1]:

El primero consiste en definir a la naturaleza utilizando una lista de los elementos que lo componen: agua, aves, bosques, volcanes, oxígeno, silicio. El problema es que esta lista podría volverse inagotable, y no hay criterios claros para definir qué va en ella y qué no.

El segundo es en considerar a la naturaleza como una fuerza de ley, como un principio normativo que señala qué es lo que está bien (qué es “natural”) y lo que no (qué es antinatural). En este caso los problemas son varios. Los criterios usados para clasificar entre natural y antinatural dicen más del clasificador que de la naturaleza en sí. Además, se basa en una idea estática de la naturaleza, que no se consolida sino hasta entrado el siglo XX[2].

El tercero es utilizar a la naturaleza como un sustituto de deseos. Por ejemplo, la naturaleza puede ser vista como un Edén, como un descanso, o como inocencia. En este caso se define a la naturaleza no por lo que es, sino por lo que queremos que sea.

Así, estos tres sentidos que se suelen utilizar al hablar de naturaleza terminan por no definirla realmente. Retomemos, entonces, la pregunta inicial: ¿qué fotografiamos cuando fotografiamos naturaleza? ¿Fotografiamos una serie de elementos naturales? ¿Fotografiamos aquellas cosas que la normatividad de lo natural nos indica que debemos fotografíar? ¿O fotografiamos aquello que anhelamos pero que, aparentemente, no podemos tener con nuestro estilo de vida actual? Todas las respuestas podrían ser correctas. O ninguna de ellas.

El objetivo de Swyngedouw al explicitar los sentidos de la naturaleza es manifestar que se encuentran cargadas simbólicamente, creando distintos imaginarios y narraciones que dan lugar a diversas concepciones de la naturaleza. Así, desde ese lugar, parece más apropiado hablar de múltiples naturalezas en lugar de una sola, y sería igualmente apropiado reconocer que, si nos decantamos por una de ellas en particular, es una decisión política.

Entonces, tal vez podríamos hablar de fotografía de naturalezas (en plural) en vez de fotografía de naturaleza (en singular), para así dar cuenta de que, si bien el sujeto fotografiado por dos personas distintas puede ser el mismo (digamos, un ave), no necesariamente llamó la atención por el mismo motivo, por lo que no fue fotografiado con la misma intención ni con igual intención comunicativa. Por esto, en un momento el que la fotografía de flora, fauna, funga y paisajes aparece como una herramienta para combatir el cambio climático, es conveniente que todas las personas que fotografiamos alguno de esos elementos, nos preguntemos: ¿qué tipo de naturalezas estamos promoviendo y visibilizando con nuestra fotografía, y cuáles estamos borramos o exterminando?

[1] Swyngedouw, E. (2011). ¡La naturaleza no existe! La sostenibilidad como síntoma de una planificación despolitizada. Urban, (01): 41-46. http://polired.upm.es/index.php/urban/article/view/410

[2] Levins, R. & Lewontin, R. (1987). The dialectical biologist. Harvard University Press.